Otra nulidad rutilante fue la de los discursos de Francisco en EEUU, en el Capitolio y en la sede de la ONU, en donde habló con su insulsez característica, lo que no obstó para que cosechara aplausos entusiastas de parte de las personalidades presentes, lágrimas de senadores e incluso el estrambótico gesto de un legislador devenido pope fan, que corrió a sorber el remanente de agua del vaso en que bebiera Bergoglio para luego convidar a toda su familia a mojar la lengua en ese hontanar opimo. Quizás ni el horaciano O fons Bandusiae, splendidior vitro supere en intensidad emotiva al arrebato de estos fetichistas del sorbo de Bergoglio, y aún queda por refundarse un ciclo bretón para agasajo de este nuevo santo grial cuyo prodigio, por contraste con el de las bodas de Caná, consistiría en haber trocado el vino de la predicación evangélica en el agua turbia del culto sacrílego del hombre.
Entre paréntesis conste que ni aun el montaje que le armaron en su gira caribeño-norteamericana alcanza a disimular la impopularidad creciente de Francisco en su propia diócesis romana. «Los cristianos abandonados lo abandonan», titula un artículo que da cuenta de que el millón y medio de asistentes a las audiencias de los miércoles en la plaza San Pedro durante todo el año 2013 se redujo, en lo que va del 2015, a poco más de cuatrocientos mil. De prolongarse la ola descendente, en un par de años el Papa saldrá al balcón a contemplar las baldosas impertérritas. Otro inquietante rasgo de nulidad éste de la ingratitud creciente del populacho a su demagogo mayor, aburrido ya de sus piruetas, de los recursos circenses repetidos hasta el agotamiento.
Dijo Pieper que es por obediencia a la llamada de su Creador que las criaturas pasan de la nada al ser. La obra de inversión preternatural consiste en procurarles el máximo de reducción ontológica a los seres, devolviendo las cosas -si fuera esto posible- a la nada. Luego de haber conspirado exitosamente durante décadas contra la fe, esto es lo que se intenta ahora con el matrimonio: hacer de cuenta que aquello que es puede no ser ni haber sido; decretar, por puro arbitrio del hombre, la disolución de aquello que Dios ligó hasta la muerte dándole el mote de nulo. De lo que se trata es de anular, de un solo golpe, las realidades naturales y las sobrenaturales, haciéndolo justamente en aquel sacramento que se funda en una institución natural tan cara a los designios del Creador que no han faltado Padres que llamaran «sacramento» aun al matrimonio entre paganos.
Esta obra maldita, como se ve, no ha dejado de estar acompañada de signos que delatan una nulidad ya indisimulable pese a los esfuerzos publicísticos, de unos atributos de inconfundible vacuidad.